En 1946, el ingeniero estadounidense Percy Spencer estaba investigando posibles formas de mejorar el funcionamiento del radar en la empresa Raytheon. Trabajaba rodeado de magnetrones, unos dispositivos que transforman la energía eléctrica en microondas electromagnéticas que el radar utiliza para medir, entre otras cosas, distancias, altitudes, direcciones y velocidades.
Un buen día, Spencer se dio cuenta de que la barrita de chocolate que
llevaba en el bolsillo se estaba derritiendo mientras se encontraba
delante de un magnetrón. Lo impresionó y quiso comprender lo que había ocurrido haciendo unas cuantas pruebas, así que
colocó una sartén con un huevo y un recipiente de palomitas de maíz
cerca del generador. Luego, Spencer comprobó asombrado que
el huevo estaba cocinado y las palomitas habían reventado. Se iluminó con una lógica conclusión científica: lo acaecido a la barra de
chocolate, a las palomitas de maíz y el huevo, podía atribuirse a
la exposición a la energía de baja densidad de las microondas. Y si se
podía cocinar tan rápidamente un huevo, ¿por qué no probar con otros
alimentos? Así comenzó la experimentación.
Spencer diseñó una caja metálica con una abertura en la que introdujo energía en forma de microondas. Cuando se le colocaba alimento, la temperatura del alimento aumentaba rápidamente.Así, el doctor Percy Spencer había inventado un aparato que revolucionaría la industria de la cocina, el primer horno microondas.
A finales de 1946, la Raytheon Company solicitó una patente para emplear las microondas en el cocimiento de los alimentos. Y en 1947, salió al mercado el primer horno comercial de microondas. Estas
primeras unidades eran grandes y aparatosas, de 1,60 m de altura y 80
kg de peso. Y costaban alrededor de $5.000 cada unidad.

